Caminar sobre vidrios

La verdad detrás del vidrio
Aquel día, el aire cálido de Valledupar se mezclaba con el murmullo expectante de los alumnos. Era el año 2004, y en nuestra Academia reinaba un silencio poco común. En el centro de la sala, una lona gruesa cubría algo que todos querían ver, pero que nadie se atrevía a preguntar. Sabían que no se trataba de una clase común.
—Hoy —dije mientras retiraba la lona— vamos a hablar de la verdad detrás de los actos de “caminar sobre vidrios rotos”.
Ante sus ojos quedaron expuestos decenas de fragmentos brillantes, restos de botellas de vidrio común, de esas que uno encuentra en cualquier tienda. Los reflejos de luz formaban destellos casi hipnóticos. Algunos alumnos dieron un paso atrás. Otros se miraron entre sí con nerviosismo. Y no faltó quien murmurara:
—Shihan, ¿va a hacerlo de verdad?
Asentí con calma, sin dramatismos. Lo que buscaba ese día no era impresionar, sino enseñar. Quería desmontar, con hechos y conocimiento, los mitos que durante años habían circulado en el mundo de las artes marciales: aquellos supuestos “poderes sobrenaturales” que algunos maestros se atribuyen para ganar admiración o respeto.
Mientras hablaba, recordé los días de mi adolescencia en Bucaramanga, entre 1988 y 1992. En aquella época, las exhibiciones de escuelas “shaolin” eran un espectáculo fascinante: hombres acostándose sobre camas de puntillas, caminando sobre carbón encendido o caminando sobre vidrios, mientras el público aplaudía asombrado. Yo mismo, joven y curioso, miraba aquello con admiración, creyendo que detrás de esos actos había secretos milenarios o técnicas ocultas reservadas solo para unos pocos iluminados.
Con los años y el estudio comprendí que no era así. Descubrí que la verdadera fuerza no está en lo “mágico”, sino en el conocimiento. Lo que parecía un acto de poder sobrenatural era, en realidad, una simple aplicación de la física.
Expliqué a los alumnos que cuando una persona camina sobre vidrios rotos, el peso del cuerpo se distribuye entre una gran cantidad de fragmentos. Eso reduce drásticamente la presión que ejerce cada punto sobre la piel. Dicho de otro modo: al haber muchos puntos de apoyo, la fuerza se reparte, y el filo no llega a cortar.
Sin embargo, si toda la presión recayera sobre un solo trozo —por ejemplo, si uno apoyara el talón sobre un fragmento aislado—, el resultado sería muy distinto. Ahí sí habría un corte.
No hay magia. No hay “KI – energía” que detenga el filo. Solo física pura.
—El truco —continué diciendo— no está en el poder del cuerpo, sino en entender las leyes que lo gobiernan.
Para la demostración utilicé botellas comunes de vidrio —de Coca-Cola—, rotas con un simple martillazo. No hubo preparación, ni lijado, ni ritual alguno. Solo fragmentos colocados con cuidado sobre una superficie estable. Respiré profundamente, relajé el cuerpo y avancé.
El sonido de los vidrios crujiendo bajo mis pies llenó la sala. No había dolor. No había sangre. Solo la expresión atónita de los estudiantes al comprender que lo imposible acababa de volverse lógico.
—Ahora les toca a ustedes —les dije con una sonrisa.
Uno a uno, los alumnos dieron el paso. Algunos con miedo, otros con curiosidad. Todos, al final, con una sonrisa de alivio y asombro al descubrir que no había truco, ni magia, ni milagro.
Ese día, más que una clase de artes marciales, vivimos una lección sobre la diferencia entre el conocimiento y la ilusión.
Quise dejar claro que esto no tiene relación alguna con los verdaderos monjes Shaolin, quienes sí cultivan habilidades extraordinarias mediante años de disciplina, meditación y práctica genuina. Ellos son ejemplo de equilibrio entre mente y cuerpo, no de trucos para impresionar al público.
Mi intención fue —y sigue siendo— desenmascarar a los falsos maestros que manipulan la ignorancia de los demás. Porque quien necesita aparentar poderes para enseñar, en realidad no tiene nada que enseñar.
Así que, si algún día entras a una academia y el instructor presume de caminar sobre vidrios o de doblar lanzas con el cuello, huye de allí de inmediato. No estás frente a un maestro, sino ante un actor de feria.
Y si aún tienes dudas sobre lo que digo, te invito a comprobarlo por ti mismo. Consigue unas cuantas botellas, rómpelas con un martillo, descalza tus pies y, con calma y confianza, da unos pasos sobre los fragmentos. Sentirás el crujir del vidrio, pero no el corte. Entonces entenderás que no hay nada de extraordinario en ello. Solo física, conocimiento y sentido común.
La verdadera enseñanza no está en los actos de exhibición, sino en comprender el porqué de las cosas.
Y esa, precisamente, es la diferencia entre el ilusionismo y el arte marcial auténtico.
Lic. Arnoby Sinam Alba — DaiShihan
Si buscan en Colombia Arte Marcial Chino auténtico, buscan en redes al maestro Álvaro León de la escuela Huang Long en Bogotá.





